En aquellos días yo Daniel estuve afligido por
espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni
vino, ni me ungí con ungüento, hasta que se cumplieron las tres semanas”.
(Daniel 10:2-3) Ese pasaje del libro de Daniel, es el ejemplo de un “ayuno
parcial”, realizado en medio a las actividades del día a día, con el propósito
de alcanzar de Dios la revelación de su voluntad.
El ayuno no es apenas dejar de ingerir
alimento, pero es en su esencia, una mayor proximidad hacia Dios. Podemos decir
que el ayuno es la abstinencia de la “voluntad de la carne”; de las cosas
normales del día a día como: dejar de ver la televisión, (excepto la
programación de la CCES, o película evangélica que fortalece su fe, por ejemplo:
(Abraham, Moisés, David, Jesús), dejar de navegar en internet (excepto el Blog de
la SBI, del Obispo Macedo y los Blogs de la fe, de la Iurd), dejar el
entretenimiento, juegos, periódicos, revistas, etc.
El ayuno es hecho con el propósito de llegar al
corazón de Dios, el ayuno es una demostración de temor a Dios. Cuando dejamos
las cosas de nuestro día a día y separamos tiempo para leer la Palabra de Dios,
orar, adorar, alabar y engrandecer el nombre de Jesús, estamos sacrificando la
carne y alimentando el espíritu y el alma. ¡Al ayunar, dedicamos más tiempo a
las cosas espirituales y nos volvemos más a Dios! El ayuno de Daniel y sus
compañeros, no fue una abstinencia de alimentos.
El dejó de contaminarse con las iguarias del
Rey por cuestión de conciencia, porque la comida no era preparada según la ley
(Levíticos 17:10-14) y, probablemente era ofrecida a los ídolos. Ellos solo
comieron legumbres. Otro factor importante en un tiempo de ayuno es el propósito
que nos mueve a hacerlo. Un ayuno sin propósito definido es como caminar sin
destino, sin saber de donde viene o para donde va. Que el Señor Jesús le bendiga
grandemente en ese propósito del Ayuno de Daniel.