Había una vez un rey al que le gustaba mucho cazar. Entre los amigos que llevaba a las cacerías, había uno que era muy piadoso y temeroso de Dios (al contrario del monarca que no se detenía en las cuestiones de la fe).
Siempre que el rey lograba derribar a un animal, aquel sujeto gritaba:
- ¡Todo lo que Dios hace es bueno!
Y el rey se envanecía por estas palabras.
Un día, cuando el rey disparó su arma de caza, el tiro salió por la culata, arrancándole el pulgar de la mano derecha.
Cuando volvían a la casa, cargando al rey en una litera, el sujeto dijo:
- Es así… ¡Todo lo que Dios hace es bueno!
El rey se enfureció, ordenó que lo encerraran en un calabozo y que tiraran la llave.
Pasado el trauma inicial del accidente, el rey y sus demás amigos volvieron a cazar.
En uno de esos viajes, el grupo cayó en manos de una tribu de caníbales y, uno a uno, fueron siendo devorados por los salvajes.
El rey quedó para lo último. Pero, cuando llegó su hora, al venir a examinarlo, el sacerdote de los caníbales percibió que le faltaba el pulgar de la mano derecha, lo descalificó como ofrenda y ordenó que lo liberasen.
Al volver a su reino, el rey ordenó liberar a su amigo y le contó toda la historia.
- Yo le dije, mi rey, ¡todo lo que Dios hace es bueno! Si usted no hubiese perdido el pulgar aquel día, ya estaría muerto.
El rey se disculpó con su amigo, por haber ordenado que lo encarcelaran. Y le hizo una pregunta:
- Amigo mío, yo todavía tengo un tema no resuelto en mi corazón. Si todo lo que Dios hace es bueno, ¿por qué Él permitió que yo ordenara que te apresaran? ¿Por qué permitió que tú, injustamente, hayas estado dos años tras una reja?
- Ah, mi rey, todo lo que Dios hace es muy bueno, pues, si yo no hubiera estado aquí preso, estaría ahora en la barriga de los caníbales.
Colaboración: Obispo Marcos Pereira
No hay comentarios:
Publicar un comentario